Como tantas veces antes, el diminuto rugby nacional se mete a pelear con los grandes en una Copa del Mundo
Llegó el día. La emoción burbujea como solo lo puede hacer en ocasiones especiales. Como el corazón solo late cuando juegan Los Teros. Como en Gales 99, como Australia 2003, como en Hong Kong 2005. Allá, a miles de kilómetros, en el medio de un desierto que el lujo transformó en ciudad. Allá, donde las fronteras de lo real y lo ilusorio se difuminan, es una ilusión celeste la que sale a la cancha. Sí como tantas veces, remando de atrás y hasta con tirones desde adentro, como si las complicaciones no fuera ya de por sí pocas. Pero allá están, los 12 que van a salir a la cancha, más los 20 y largos que se quedaron sin viajar (incluyendo al DT Álvaro Pérez), más todos los que se embarran en una cancha de Reserva en julio, sin gente al costado de la línea de touch. Todo eso es el rugby uruguayo, que una vez más sale a la cancha a enfrentarse a lo mejor del mundo.
Es cierto, no se llega en ascuas. Porque la preparación física fuer muy intensa, y porque parte del grupo tuvo más de cuatro meses de entrenamientos. Los otros siete, los que también defienden al XV, tuvieron complicaciones para integrarse a tiempo por los compromisos del seleccionado mayor, y no llegan con los minutos de rugby ideales para una fiesta de esta magnitud.
A pesar de todo, al menos una vez no se llega para poner la cabeza en la guillotina. Pero así y todo, siempre tiene un poco de milagro que desde este rincón del mundo, que tiene un rugby aún más pequeño, con ocho clubes en primera división y poco más de 3 mil jugadores, salga un equipo que pueda entrar a una cancha a competir contra gigantes como Nueva Zelanda, Sudáfrica o aún Argentina.
Allá están. Crosa, Conti, Llovet, Carracedo, Bulanti, Parra, Martínez, Campomar, Arocena, Gibernau, Etcheverry, Morales. Allá está todo el rugby uruguayo representado en ellos. Disfrutando de que Los Teros le digan una vez más al mundo: acá estamos.